lunes, 10 de diciembre de 2012

Poesía Maldita- Marceline Desbordes-Valmore.


Marceline Desbordes-Valmore.
(...) Si el grito, si el suspiro natural de un alma escogida, si la desesperada ambición del corazón, si las facultades súbitas, irreflexivas, si todo cuanto es gratuito y viene de Dios bastan para hacer al gran poeta, Marceline Valmore es y será siempre un gran poeta. Es cierto que si nos tomamos el trabajo de señalar todo lo que le falta de cuanto puede adquirirse por el estudio, su grandeza quedará singularmente disminuida; pero en el mismo momento en que uno se siente más impaciente y desolado por la negligencia, por el estorbo, por lo turbio, que uno toma, uno, hombre reflexivo y siempre responsable, por un resultado de la pereza, se yergue una belleza súbita, inesperada, sin par, y henos ahí arrastrados irresistiblemente hasta el fondo del cielo poético. Jamás poeta alguno fue más natural; ninguno fue jamás menos artificial. Nadie ha podido imitar ese encanto, porque es completamente original y nativo.
    Si alguna vez un hombre deseó para su mujer o su hija los dones y los honores de la Musa, no ha podido desearlos de otra naturaleza que los que fueron acordados a la señora Valmore.
(...) De modo que la señora Valmore ha encontrado en su misma sinceridad su recompensa, es decir, una gloria que creemos tan sólida como la de los artistas perfectos. Esa antorcha que agita a nuestros ojos para iluminar los misteriosos boscajes del sentimiento, o que posa, para reavivarlo, sobre nuestro más íntimo recuerdo, amoroso o filial, esa antorcha la encendió ella en lo más hondo de su propio corazón. Víctor Hugo ha expresado magníficamente, como todo cuanto él expresa, las bellezas y los encantos de la vida de familia; pero sólo en las poesías de la ardiente Marceline encontraremos ese calor de nidada materna, de la qué algunos hijos de la mujer, menos ingratos que los, otros, han conservado el delicioso recuerdo. Si no temiera que una comparación demasiado animal fuera tomada como una falta de respeto para con esta mujer adorable, diría yo que encuentro en ella la gracia, La inquietud, la flexibilidad y, la violencia de la hembra, gata o leona, apasionada de sus cachorros.

LOS SOLLOZOS
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El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
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De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
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Cuando la ola de días va agostando mi flor,
el purgatorio veo al perder el color.
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¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí,
Dios de toda existencia, para llegar a ti!
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Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz
que el peso del temor y del amor la cruz.
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Para oír cómo gimen las almas condenadas
sin poderles decir “¡Estáis ya perdonadas!”
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¡Dolor de los dolores; no poder agotar
los sollozos que intentan por doquiera brotar!
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De noche tropezar en celdas intranquilas
que ningún alba tiñe con sus claras pupilas.
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Ni poder decir al Señor incomprendido:
“¡Ay, Salvador de mi alma!, ¿es que aún no has venido?”
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Me escondo; tengo miedo de tener miedo y frío,
como el ave caída teme por su albedrío.
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A un recuerdo mis brazos vuelvo a abrir tristemente,
y mi alma más cercana el purgatorio siente.
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Sueño que estoy en él, tras la muerte llevada,
como una esclava indócil, al fin de la jornada,
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cubriendo con las manos el semblante abatido,
pisando el corazón, por tierra malherido.
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Allí voy; precediéndome, mi llegada proclamo
y no oso desear nada de lo que amo.
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Y este corazón mío no tendrá más dulzura
que los lejanos ecos de su antigua ventura.
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Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
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Mientras el fallo eterno rechace mi plegaria
no arderá ante mis ojos ninguna luminaria.
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No he de ver más escenas mundanas y horrorosas
que abatan mis humildes miradas dolorosas.
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¡No gozaré del sol! ¿Por qué?... La luz querida
para el mal en la tierra, empero, está encendida.
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Ve el culpable que a la horca su delito conduce
el saludo del orbe que se divierte y luce.
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¡En los aires no hay pájaros! ¡No hay fuego en el hogar!
¡Y ni un Ave María reza el aura al pasar!
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Para el junco del lago no hay un soplo viviente
ni aire para que exista un átomo viviente.
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Ni el zumo de las frutas que ofrecen su frescura
al ingrato, tendré en mi sed y calentura.
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Del corazón ausente que me hará padecer
acumularé el llanto que no puedo verter.
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Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
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¡No más recuerdos de esos que me embargan de llanto
tan vivos, que viviera yo siempre de su encanto!
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¡No más familia dulce, sentada en el umbral
que bendice cantando el sueño patriarcal!
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¡Ni más voz adorada, cuya gracia invencible
hasta la Nada absurda tornaría sensible!
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No más libros divinos desde el cielo exfoliados,
conciertos para el alma por la vista escuchados.
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Y no osando morir tampoco oso vivir
ni buscar en la muerte quién me ha de redimir.
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¿Por qué hay sobre las cunas, padres, la flor de un hijo
si al árbol y al arbusto siempre el cielo maldijo?
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Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
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¡Bajo la cruz se inclina el alma prosternada,
del dolor de nacer con morir castigada!
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Mas no tengo en la muerte si me siento expirar
ni una lejana voz que aconseje esperar.
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¡Si en el cielo apagado alguna estrella pálida
esta melancolía besara con luz cálida!
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¡Si bajo las sombrías bóvedas del horror
viera cómo me ven dos ojos con amor!
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¡Ay, sería mi madre, intrépida y bendita,
que bajaría a ver a su hija precita!
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¡Sí; mi madre podría al Dios justo ablandar
y ella me sacaría del horrible lugar!
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De la esperanza joven alzara el fuerte viento
al fruto derribado por tanto sufrimiento.
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Sentiría sus brazos, dulces, fuertes y hermosos,
arrastrarme, abrazada con ímpetus briosos.
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El aire auxiliaría a mis alas nacientes
como a las golondrinas libres e independientes.
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Huiría para siempre, pues mi madre al partir
viva me llevaría hacia lo porvenir.
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Mas antes de pasar las mortales fronteras
otras almas quisiéramos tener por compañeras.
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Y en aquel campo fúnebre en que dejaba flores
y el aroma que exhalan los llantos de dolores
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caeríamos, solícitas, entusiastas y ardientes,
gritando “¡Acompañadnos!” a las almas dolientes.
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“¿Venís hacia el estío en que ha de retoñar
el amor en que no hay que morir ni llorar?
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¡Con Dios y sus palomas venid en santos vuelos!
¡Dejad vuestros sudarios; no hay tumbas en los cielos!
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¡El sepulcro está roto por la eterna pasión!
¡Mi madre nos concibe en la eterna mansión!”


Bibliografía:
La máquina del tiempo: una revista de literatura.(2012, diciembre 03) http://www.lamaquinadeltiempo.com/Baudelaire/marcelin.htm

Insólitos caminando por el lado “salvaje” de la literatura (2012, diciembre 1) http://insolitosjp.blogspot.mx/2010/03/marceline-desbordes-valmore.html 


Karla Lizeth Villalobos Rodríguez

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